El 15 de marzo de 1964 se iniciaba el régimen militar brasileño. A partir de esa fecha, el país vivió el período más oscuro de su historia: fueron 21 años de dictadura. El 15 de marzo de 2015, 51 años después, Brasil asistió a una marcha que llevó a millones de personas a las calles. Increíblemente, una gran parte de esas personas pedía, justamente, el retorno de los militares al poder.
Las protestas ocurridas en las principales ciudades brasileñas el último domingo evidencian una insatisfacción con el gobierno de Dilma Rousseff (PT), re-electa presidente del país en octubre de 2014. Sin embargo, para comprender el movimiento de forma efectiva, es necesario tener en cuenta una serie de factores, que casi nunca están citados por la gran prensa brasileña e internacional:
A. El perfil de los manifestantes: el gobierno de Rousseff, así como de su predecesor y también petista Luis Inácio Lula da Silva, es el responsable por la creación y mantenimiento de medidas de combate a la desigualdad social en Brasil. A través de las becas y programas de reparto de ganancias, el gobierno logró disminuir significativamente la pobreza, permitiendo, así, que millones de personas tengan, hoy, oportunidades antes restrictas a una parcela mínima de la población. No es secreto que ese avance de la llamada "nueva clase media" incomoda a millares de brasileños que, constantemente, en sus perfiles de las redes sociales, se quejan de que "ahora todos pueden viajar en avión", "cualquiera tiene la posibilidad de frecuentar la universidad", o, el dicho más común, "es imposible encontrar gente para trabajar como doméstica, ya que ahora todos ganan plata del gobierno". Es evidente que la motivación de las últimas protestas no es solamente esa insatisfacción en relación a los cambios sociales. Sin embargo, es importantísimo saber que el perfil predominante de los manifestantes es, sí, el del hombre blanco y rico.
B. La actuación de la prensa: Mucho se sabe de que los dueños de los principales medios de comunicación de masa en Brasil son contrarios a los gobiernos de Lula y Dilma. Sin embargo, después de las últimas elecciones, esa posición se tornó aún más evidente. Luego de que empezaron los rumores sobre las protestas del 15 de marzo, la prensa brasileña se transformó la "agenda del movimiento", divulgando diariamente la programación de las protestas e, implícitamente o no, invitando a las personas para que participen de las acciones. Es fundamental entender también la constante tentativa de los medios brasileños de crear una especie de pánico general, tratando la información de una forma completamente imparcial, que lleva a creer que Brasil vive los peores momentos de su historia: política y económica. Lo que, seguramente, está lejos de ser verdad.
C. Rousseff y PT: El odio al Partido de los Trabajadores (PT) estuvo presente en la mayoría de las pancartas divulgadas en la marcha del domingo, que constantemente asociaban el partido con la corrupción en el país. La corrupción en Brasil – así como en otras naciones latinoamericanas – es real y preocupante. Pero lo que muchos parecen desconocer es que ese problema existe desde el principio de la historia del país: se profundizó durante el gobierno militar y siguió después en los años de neoliberalismo y del petismo. Sin embargo, fue en el gobierno Lula, en lo llamado "mensalão", que pasaron a investigar el tema. Además, el juzgamiento de los políticos denunciados de "corruptos" con sustento, ocurrió por primera vez en Brasil durante el primer mandato de Rousseff. Otro factor interesante, por así decir, es la tentativa de aproximar el PT al comunismo. En las protestas, fueron comunes frases que decían: "Brasil no va a ser una nueva Cuba", "Fuera comunismo!", "SOS intervención militar". Relacionar el Partido de los Trabajadores al comunismo es mostrar una ignorancia en relación al partido y, principalmente, al comunismo en sí mismo.
D. El avance fundamentalista en Brasil: El movimiento ocurrido en el último domingo tiene por detrás varias posibles figuras protagonistas: una empresa petrolera norteamericana; el candidato derrotado Aécio Neves; la principal red televisiva brasileña, la Globo. Sin embargo, quién protocoló el pedido de impeachment contra la presidenta Dilma es el diputado Jair Bolsonaro (PP). Bolsonaro, es uno de los políticos más votados en las últimas elecciones, es la cara del fundamentalismo religioso en Brasil. Declaradamente homofóbico y conservador, el diputado va en contra los derechos humanos constantemente. Evangélico, es conocido por defender el retorno del régimen militar y por creer en la tortura como práctica legitima. Es enorme el gran número de personas que siguen a Bolsonaro. En la protesta, estas salieron con cartones de "No al aborto legal", "No a la unión homoafectiva", entre otras declaraciones que parecen no pertenecer al siglo XXI.
Las protestas en Brasil no son un fenómeno aislado. Al contrario, el hecho parece hacer parte de las movidas desestabilizadoras que hay actualmente en América Latina. Sería de mucha coincidencia que los brasileños (o, por lo menos, 1% de los brasileños) resuelvan salir a la calle al mismo tiempo en que el gobierno de Nicolás Maduro, en Venezuela, recibe duras declaraciones de los Estados Unidos o que el gobierno de Cristina Kirchner, en Argentina, es acusado de encubrir a los responsables de acciones terroristas ocurridas hace más de 20 años atrás.
No es nada irracional creer que la América Latina pasa por un momento de fortalecimiento de la extrema derecha, que intenta retomar el poder con el apoyo norteamericano. No es fantasía. Tampoco es la primera vez que eso ocurre. Lo que sí parece increíble es que un sector social salga a marchar por voluntad propia, pidiendo el retorno de los militares para mantener la democracia. "El discurso del odio", ¿qué lo podrá apagar?
* Texto publicado no jornal argentino ReportePlatense em março de 2015.