segunda-feira, 26 de janeiro de 2015

Después del Lago Titicaca: una historia de fronteras*

Documentos, equipaje, inspecciones y permisos: la burocracia tal vez sea el talón de Aquiles de todo viaje. Para quien viaja por tierra en Latinoamérica el gran talón es el momento de cruzar las fronteras entre los países y pasar por la revisión inmigración. Ese tipo de viaje, por ser económicamente más accesible, permite que un gran número de personas, de clases sociales y culturas diversas, circulen entre los países latinos todos los días. Todo eso genera una contradicción estructural: de un lado, los tratados de cooperación entre naciones latinas que permiten la libre circulación de personas en países sudamericanos; por otro, la actuación del Estado, que intensifica la vigilancia en las fronteras con la intención de combatir el tráfico de drogas y de otras mercaderías ilegales.
La oficina boliviana de migración, oficialmente llamada de Control Desaguadero en Bolivia, es una de las más polémicas. El Control es parte de la ruta Perú – Bolivia, tradicional destino de quien viaja por tierra en la América Latina, y aparece constantemente en blogs de diarios de turistas como escenario de historias de maltratos a viajeros y de acciones de corrupción. El edificio, antiguo y despintado, no es grande, pero son decenas de personas las que se acomodan allí, a la espera de recibir la autorización de entrada en el país. Los funcionarios no son muchos y, por eso, las colas son casi siempre grandes y lentas. Se hacen al aire libre y no son raras las veces en que los viajeros tienen que esperar que los atiendan bajo la lluvia o sol fuerte.
Benjamín Guevara, Sebastián de Paz y Marcelo Rueda, tres jóvenes deportistas colombianos de veinticinco años, estuvieron en la oficina boliviana en abril de 2014, durante el viaje desde Colombia hacia Brasil con destino al Mundial de fútbol. Fueron sorprendidos por el tratamiento hostil en la frontera y conocieron de cerca algunos de los problemas en límite boliviano.
- ¡Colombianos, saquen la cocaína de la mochila! ¡Ah, no, quiero decir, saquen sus COSAS de la mochila y acuéstense en el piso!
El oficial revisó cada pieza de ropa y cada objeto que componía el equipaje de los tres chicos. Sin embargo, eso no pareció ser suficiente.

-Se dieron cuenta de nuestro acento colombiano y luego cambiaron el trato con nosotros. Era una situación embarazosa: estar en el piso como criminales.
-Ahora muéstrenme que trajeron plata. No se puede entrar en Bolivia con menos de mil dólares. Necesito ver los billetes y saber que ustedes no planean hacer nada ilegal en el país.
Después de mostrar el dinero ahorrado durante tres años de trabajo y, por fin, obtener el permiso de entrada en Bolivia, era hora de comprar los pasajes y seguir hacía La Paz por la ruta nacional. Tomaron un taxi y, mientras seguían, el camino daba la sensación de ser un gran círculo repetitivo y desierto. El auto frenó repentinamente, dibujando de negro el asfalto. El taxista desató su cinturón de seguridad y, sin mirar para atrás, sacó un revólver de la cintura para volver a guardarlo pronto.
-Soy policía y estoy en una búsqueda por traficantes de drogas – dijo y mostró un carnet arrugado y envejecido, con el símbolo de la Policía Federal de Bolivia – Necesito revisar el equipaje.
Con las bolsas apiladas en el asiento delantero, el conductor siguió el camino en silencio. En cuestión de minutos, el coche se detuvo y otro hombre subió al vehículo. Se presentó como un oficial de policía, mostró su arma y folleto, tal cual había hecho el chofer. Revisó las valijas y los tres pasaportes.
-Ustedes no son aquellos que estamos buscando- gritó el conductor, frenando el auto mientras el segundo policía tiraba las mochilas por la ventana.
En cuestión de segundos, el taxi ya estaba lejos. Los dos hombres se habían llevado la plata que tenían. Marcelo, Sebastián y Benjamín decidieron volver a la oficina de la migración y buscar ayuda de algún oficial. Esta vez, fueron encaminados a un lugar aún más chico, donde esperaban cerca de veinte personas más. Eran alemanes, israelíes, otros colombianos, brasileños y franceses. Todos ellos habían sido robados de la misma manera, por agentes conductores de taxis. El personal de la policía turística repitió el mismo discurso a todos los viajeros:
-Nuestro teléfono no funciona y no podemos hacer nada. Ustedes tienen que llamar a la embajada de sus países y buscar ayuda ahí. Aquí, no hay nada que hacer más que presentar una queja.
El miedo, compañero constante durante todo el día, llevó a una revuelta y una enorme frustración. La única voluntad era salir lo más rápido de Bolivia. Benjamín, Marcelo y Sebastián caminaron hasta la terminal de la ciudad, lejos de la oficina. Allí, pidieron dinero para otros turistas, repitiendo la historia del asalto tantas veces fuera necesarias. El documento emitido por la policía de migración ayudó a demostrar que estaban diciendo la verdad y que la intención era juntar plata, comprar los pasajes hacia La Paz y tomar el primer micro que saliese de Bolivia.
- Yo nunca pedí dinero en toda mi vida, pero con la ira y la desesperación que tenía, en ese momento, lo que menos quería estar en ese país.
La solidaridad de las personas que donaron sus monedas y de los empleados de la empresa de autobuses que dieron un descuento en el precio del pasaje hizo que la estadía en Bolivia durase solo un día. En la misma noche, los tres colombianos siguieron para La Quiaca, la frontera entre Bolivia y Argentina. En la Argentina, llamarían a sus amigos y familia, y juntarían dinero para volver a Colombia. El sueño de ir al Mundial quedó sin cumplir.
Nunca se supo si los asaltantes son o no verdaderos policías, pero quien busque en relatos disponibles online, verá que no son pocas las historias idénticas a la de Benjamín, Marcelo y Sebastián en la frontera boliviana. Sin embargo, en la gran prensa internacional, no hay ningún relato de ese tipo. Cuando se escribe sobre las fronteras latinas, el foco siempre es la actuación del Estado en vigilar quien y lo que cruza la frontera, sin reflexionar sobre los métodos utilizados y sobre a falta de rigor en vigilar también a sus propios oficiales.
La frontera entre Bolivia y Argentina, el Control en La Quiaca, también es el destino de millares de viajeros todos los días y, así como Desaguadero, tiene históricos de problemas entre oficiales y turistas.
Yessid Idrobo y Caren Castro cruzaron la frontera entre Argentina y Bolivia en junio de 2014. El es periodista. Ella es socióloga. Los dos viajaron a la Argentina con la intención de especializarse. Hicieron un viaje por tierra desde Perú para conocer el Lago Titicaca y el centro de Bolivia. En la frontera, pasaron por momentos difíciles.
- Nos trataron a todos como delincuentes. Nos hicieron sacar todo de las valijas y acostar en el piso. Preguntaron hasta por qué no llevamos ropa de frío... La verdad es que los oficiales hacen todo un teatro para encontrar una forma de pedir dinero. Es mucha corrupción y estigmatización.
En la oficina, los atendió un tipo obeso, que no se levantó de la silla de madera en que estaba sentado en ningún momento de la conversación.

- No puedo darles el sello de salida de Bolivia sin saber que ustedes tienen el permiso de entrada a la Argentina. Está muy complicado entrar allá, ya que los inmigrantes han causado muchos problemas.

Caren y Yessid caminaron entonces unos metros hacia la oficina de la policía argentina y llegaron a un lugar chico, sin sillas. El oficial, vestido con pantalones y chaquetas verdes, revisó todo con tranquilidad.
- Necesito ver cuánto de dinero llevan ustedes. Me imagino que saben que no se puede entrar en la Argentina con menos de 1500 dólares cada uno...
- Nosotros no tenemos toda esa plata...
- Pero si ustedes vienen a estudiar acá, seguramente van a gastar más de 500 dólares por mes. ¿Cómo van a sobrevivir si no llevan dinero?
- Nuestra familia nos manda plata por transacción. No quisimos viajar con mucho porque puede ser peligroso. Supimos que los robos en las fronteras son comunes. Mejor no correr el riesgo.
- En este caso, necesito ver el visado de permanencia en la Argentina.
- No lo tenemos. Planeamos hacerlo cuando lleguemos allá.
- Lo siento, pero no puedo dejarlos pasar. Los quiero ayudar, pero son las reglas...Si los dejo entrar, estaré cuestionando la soberanía de la Argentina.
La solución fue, por lo tanto, dormir en la frontera y intentar la suerte en el otro día. Ni bien amaneció, la pareja ya estaba otra vez en la oficina de la migración argentina. Todavía no había cola y ya era otro oficial el encargado de las revisiones. El hombre, aún joven, inspecciona la documentación y libera la entrada, sin mayores preguntas.
Con el pasaporte debidamente sellado por la migración argentina, Yessid y Caren llegan a la oficina boliviana. Todavía es necesario obtener la firma de salida del país. El oficial no es el mismo del día anterior, aunque tenga las mismas ropas y la misma forma de hablar:
- ¿Entonces ustedes lograron el permiso para entrar en la Argentina, no? ¿Eso es porque son buenos ciudadanos o porque les pagaron mucha plata?
Sin contestar la pequeña gran ironía, Yessid y Caren siguieron viaje con una duda: ¿será que en las fronteras bolivianas las reglas cambian del día para la noche?

* Texto publicado no jornal Reporte Platense em janeiro de 2015